Cuando un agricultor natural se identifica con lo que hace y
su papel en el mundo, no le cabe la menor duda de lo que significa para él, o,
también, para su entorno. Esta seguridad transita dentro, y se realiza
directamente en el trabajo directo, con sus maravillosos resultados hacia
fuera, en la Naturaleza externa, que son devueltos extensamente en un recibir
que lo colma todo, disipando la posibilidad que se reproduzca cualquier duda.
Se trata de una seguridad que permite una retroalimentación que parte
desde adentro del individuo hacia afuera de él, y que luego es correspondida
desde un afuera hacia adentro; alimentándose ambos, mutuamente, en un devenir
precioso de armonía, aún con sus procesos difíciles.
Cuando un agricultor natural se descentra de sí y sacrifica
parte de su provecho para alimentar a la Naturaleza, está enriqueciéndose
doblemente. Por un lado, obtiene, en abundancia más que suficiente, su
fruto merecido, y, por otro lado, está obteniendo la gran satisfacción interior
de estar ayudando a que la Naturaleza sea ella misma. Si la Naturaleza deja de
ser, en esencia, ella misma, es decir, nosotros, con nuestra acción, impedimos
que eso suceda, los humanos, como parte de ella que somos, nos apartamos de ser
naturaleza. Siendo naturaleza, como somos, aunque se resistan algunos a
aceptarlo, estaríamos entonces hablando de autodestrucción. La no destrucción,
por ello, es el acercamiento a la Naturaleza, y eso, invariablemente, implica
un pequeño sacrificio de provecho propio.
Sin embargo, hablar de naturaleza, o de ecología, sin
haberla realizado desde su experiencia directa, sino controlado desde la
ciudad, por los intereses de ella, en el tiempo que se está produciendo tal
supremacía tecnológica como solución ecológica para la naturaleza y para el
humano, contiene graves absurdos y discrepancias, hablamos de una falsa
ecología. Es absolutamente carente de toda razón lógica y de toda
practicidad, así como de congruencia, aspirar a un cambio global ecológico
mundial a la vez que se es tecnológicamente “supra-incrementado”,
matemáticamente reglado, artificializado, hasta límites insospechados que
provocan una clara deshumanización, es decir, una no naturaleza, con las
desastrosas pérdidas y sufrimientos consecuentes que provocan la mencionada
autodestrucción. Siento decirlo, pero son dos partes absolutamente
incompatibles, imposibles de reconciliar, en sus extremos. Sin un humano
natural, es imposible, e incluso insultante, hablar de una defensa de la
naturaleza.
Si la humanidad ha de esperar una reconciliación, no queda
otro remedio que templar las dos partes incompatibles, tal como nos enseña la
ya expresada estética de la Indeterminabilidad; entonces, es posible que
exista armonía, sin olvidar que templar significa naturaleza consciente con
sus necesarias transiciones. Hasta ahora, a causa de nuestras máquinas y
tecnologías, hemos destruido la naturaleza, ha sido y es una inconsciencia
total. ¿Cómo se puede aspirar entonces a un nuevo ecologismo devenido desde
nuestras máquinas y tecnologías? ¿controlando el clima, o a los mismos humanos,
desde la transgenia de plantas o personas, etc.? Y, lo que es más: Imaginando,
que es mucho imaginar, que se asumieran acciones benditas y conscientes de
salvaguarda de la Naturaleza ¿Cómo se puede, en esas condiciones, pretender un
ecologismo -teóricamente pronaturaleza- a ultranza, en base a un humano
supra-tecnologizado, siendo el humano la misma cosa que naturaleza? No es la
naturaleza quien debe hacerse a imagen del humano, sino el humano es quien
debe hacerse a imagen y semejanza de la Naturaleza, pues esta segunda es
más extensa.
Es de sabiduría universal y de experiencia, que nada es
realizable sino con el ejemplo de nuestra propia vida; no se puede decir soy
natural, si mi vida está implacablemente dependiente-sometida- de -a- un
artificialismo feroz. Para llevar a cabo una verdadera “ecología”, o un
verdadero cambio hacia la naturaleza, hace falta un acto de consciencia
natural, que implica un ejercicio libre, real y ético de ello con nuestra
propia vida. Es por todas estas incuestionables razones, entre otras muchas
más, que la Agricultura Natural expuso su séptimo principio de Vida Natural
Consciente. Un agricultor natural que se precie de serlo, invariablemente,
debe llevar una vida humana acorde a lo que aspira para la naturaleza. Del
mismo modo que aspirar a ser natural para la naturaleza, implica un acto de
consciencia para la naturaleza. Aspirar a ser natural para la naturaleza,
implica un acto de consciencia para sí mismo también. Van de la misma mano.