Por todos es sabido que el conocimiento humano está
gobernado por la Academia. En todas las universidades del mundo, las
investigaciones científicas se encuentran directamente tuteladas por los cauces
academicistas, y no son consideradas aquellas que no pasan por su
consentimiento explícito, según sus primados cientifistas e intereses
particulares o generales del sistema de capitales. Lo que esto quiere decir es
que la “Ciencia” piensa que es la dueña y señora del conocimiento humano. Las
investigaciones de la ciencia dependen
de la financiación de las empresas y los gobiernos. Y ambos dependen del
mercado de capitales, con lo que, todo conocimiento producido desde la
Academia, y es el único conocimiento admitido, es un producto más del mercado
de capitales.
La ciencia tiene sus maneras particulares de ser y de
medirse. Y estas maneras proceden de una suerte de herencias racionalistas,
desde tiempos aristotélicos, marcadas por la llamada teoría del conocimiento. Y
esta a su vez por las lógicas matemáticas.
Para cualquier profano en la materia, no es difícil argüir
que un argumento lógico es aquel que es consecuente con la realidad percibida y
puede ser medido. Todo aquello que no es consecuente ni puede ser medido, por
tanto, con la realidad percibida, carece de toda lógica. Si carece de lógica,
esto es, de realidad, entonces no es ciencia. La ciencia se separa
coyunturalmente, de esta manera, del mundo de las “ideas” y crea para todo
conocimiento una cosa llamada “concepto”. El concepto es determinado, y esto
significa que es fijo. Lo que es fijado partió, evidentemente, de una idea, que
es trabajado por el ámbito filosófico también. Dependiendo de la observación y
la experiencia empírica de lo que fue percibido y tras pruebas de ensayo y
error, quedó entonces determinado en pacto filosófico-científico. Una vez queda
algo determinado, comienza su gobierno hasta que un nuevo concepto demuestre
algo distinto. Así, por ejemplo, si la ciencia, después de sus circunstancias
demostrables, afirma que “los bosques
maduros no producen oxígeno neto”, quedará así fijado hasta nuevo concepto. Tenemos dos preguntas que hacernos ante
eso. La primera de ellas es si,
realmente todo aquello que es determinado, está realmente dentro de los cauces
de la lógica matemática, es decir, es consecuente con la realidad y puede ser
medido; y la segunda es que si, estando dentro de la lógica matemática, además
podemos abarcar el espectro completo de esa realidad percibida y de lo que
puede ser medido. Esta segunda parte queda en manos de la filosofía, que se
encarga de abarcar todos los espectros y posibilidades dentro del mundo de las
ideas, también llamadas ideas conceptos en sus ámbitos
pragmático-deterministas, y solo ideas, en sus ámbitos no deterministas.
Dijimos que la ciencia depende del mercado de capitales.
Esto significa que todas las determinaciones de la ciencia, debido a su
dependencia, no permiten el paso necesario, o la conversación y el entendimiento
de la filosofía a la ciencia, si no acontecen desde sus intereses. Con ello,
nos encontramos con una pérdida desastrosa de conocimiento, que no abarca todo
el espectro de la realidad, dando lugar a falsas especulaciones y creencias. Y
lo que es peor, generando realidades nuevas absolutamente dependientes de
racionalismos lineales y artificialistas que no contienen aspectos
fundamentales. De este modo y volviendo al ejemplo, si la ciencia admitiese,
por especulación lineal de razonamiento y sin datos medidos, “los bosques
maduros no producen oxígeno neto”, no sólo está fallándose a sí misma por no
contener la lógica matemática, está colaborando también a crear realidades
artificialistas que no corresponden a la realidad ni a lo medido, dando pie a
que el humano intervenga para crear artificialmente bosques jóvenes, por
ejemplo, pensando que así está generando más oxígeno, sin tener en cuenta el
amplio espectro de lo que significa un bosque maduro y la importancia vital de
su conservación. El amplio abanico de las ideas posibles, que también son
realidad y pueden ser medidas, si se quiere, deben estar en constante
movimiento, articulando un sistema indeterminable que permite la interacción y
la evolución de los estados estancados de la pura determinación. La ciencia, si
quiere ser partícipe del conocimiento, debe amplificarse a los espectros, ser
fiel a sí misma, conversar con la filosofía también, abrir sus fronteras y
dejar de ser un producto llamado ciencia para pasar a ser una ciencia llamada
conocimiento, que es su origen verdadero y tal como fue concebida desde los
inicios de los tiempos.
Así habla la filosofía indeterminable que
desea conversar con la ciencia: Un pulmón es un órgano que respira y da vida a
un ser. Un pulmón vegetal es un órgano que respira y da vida a todos los seres.
Las selvas por ejemplo, y todos los bosque primigenios del mundo, son el gran pulmón del planeta. Ellos
respiran –inspiran y espiran-, están vivos y generan la vida y el oxígeno
necesario a través de la transpiración de sus hojas, a través de la
descomposición de sus materias orgánicas, a través de la generación de nuevas
vidas vegetales; sus hijos y sus nietos, dependen de su cuidado, los mismos
humanos dependemos también de su cuidado y protección. Además, los bosques maduros, no sólo contienen la
memoria histórica, vital para la supervivencia de todos los vegetales en la
tierra, de las praderas y desiertos, también restablecen de forma constante el equilibrio de la atmósfera, de los climas, de
las energías vitales de todos los seres.
Los bosques primigenios son el pulmón vegetal
del planeta, que respira por nosotros y
para nosotros. Esto pertenece a un conocimiento universal ¿Quiere la ciencia conversar
y ser conocimiento universal también?
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