El comienzo del cultivo natural, puede venir dado por esparcimiento
directo en tierra de las semillas o mediante el cuidadoso germinar que nos dan
las almácigas. Las almácigas son pequeños espacios de tierra dedicados a los
semilleros, y es la costumbre popular desde tiempos inmemoriales. Diversas
técnicas de germinación se han desarrollado a lo largo del último centenio, sin
embargo, no hay mejor forma natural de hacerlo que a través de las almácigas
tradicionales.
Para este año, he decidido hacer unos macetones de piedra, ladrillo
cocido compacto, cal y arena, cercanos a la vivienda y cubiertos de los fríos y
los vientos, para que esta labor sea más cómoda; pero se puede hacer, perfectamente,
en cuadrantes de la huerta, como he hecho tantas veces, y sigo haciendo, para
determinadas hortalizas. Esas almácigas naturales de la huerta, tienen la
ventaja de que producen plantas durante mucho tiempo, y, cuando maduran, se
quedan como huerto propio, con vegetaciones muy adaptadas al medio, que nos
permite, incluso, coger semillas de ellas.
Pese a lo dicho, algunas hortalizas necesitan de cuidados
más esmerados, la razón es porque genéticamente, a través de los años, se han
ido condicionando a un ciclo anual, no siendo anuales en su origen. Por ello, debemos
atender, muy cautelosamente, su germinar. Estamos hablando de las solanáceas y
algunos tipos de coles. Así tenemos, pimientos y tomates, por ejemplo, que
necesitan estar en tierras, más o menos calientes, ya desde el mes de febrero hasta
principios de marzo, lo más tardar.
Lo propio de los antiguos era usar estiércol abundante y
esteras encima de las almácigas, para calentar las semillas. ¡Ya veremos cómo
apañamos los nuevos viveritos de febrero!, ¿quizás con unos soportes fabricados
con cañitas flexibles de bambú del terreno?…
Abrazos naturales y conscientes
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