Según
las grandes líneas científicas imperantes, saltarse la selección natural al
intercambiar genes entre especies, e incluso reinos, que, de forma natural, son
imposibles de mezclar, como son virus, bacterias, genes animales o humanos,
etc., lo que conseguimos es controlar la producción de alimentos, primero para
lograr ganancias y productos mayores, o incluso “mejores”, según sus visiones,
y segundo, para controlar los daños producidos por otros factores no naturales.
Nos encontramos ante la lucha por mantener la vida artificial. Una lucha que sólo
puede llegar a un sitio, la destrucción total de la vida natural, y aquí está
incluida la destrucción del humano.
Es
un lugar muy peligroso, porque cada día se hace más difícil disponer de
semillas no modificadas genéticamente. Hasta tal punto que, hoy día, casi todas
las compañías que controlan la distribución de las plantas para la agricultura,
tienen el mercado copado con plantas modificadas que están preparadas para
hacernos dependientes. De tal modo que, o bien no producen ya semillas
fértiles, o, las que producen nuevas plantas, están carente de frutos, es
decir, sirven para una sola generación, o de dos, como mucho. En ambos casos,
se intenta evitar cualquier caso de hibridación, con la intención de no perder
la especie principal, por un lado -que sí están preparadas para resistir
condiciones artificiales con los usos de químicos-, y, por otro lado, poder
controlar los mercados, para ser ellos mismos los proveedores de las plantas. El
humano se queda entonces en una posición de dependencia total de los agentes
multinacionales, sin existir posibilidad alguna de libertad, ni de
naturalidad.
Para
el segundo de los casos, donde usan la genética artificialmente para controlar
los daños producidos por otros factores no naturales, justifican esta
manipulación artificial diciendo que: Debido a que los químicos usados para la
agricultura han provocado que las silvestres capturen esas contaminaciones, y, para
evitar que las plantas de alimento se hibriden con esas silvestres, han
modificado el gen para que sean infértiles y carentes de fruto futuro. De esta
manera, no pueden “contaminarse”, y se pueden salvar las plantas de alimento.
Con
toda claridad, podemos observar como la biotecnología genética, evitando toda
hibridación, va absolutamente en contra de la propia domesticación, puesto que
está matando toda posibilidad de que la Naturaleza pueda intervenir. Los
humanos artificialistas piensan que pueden controlarlo todo. Es un peligro
inminente este pensamiento ya que, si el humano se aísla de la Naturaleza,
sencillamente, Ella muere; y si esto sucede, morimos nosotros también.
Los genetistas
dicen que, ese carácter de pérdida de homogeneidad, es lógico, argumentando que,
al cruzar dos especies de tan diferente carácter, es imposible mantener la
homogeneidad de manera natural, por lo que se hace estrictamente necesario
seguir manteniendo los cruces genéticos y las plantas madres artificiales. Es
el miedo ancestral, la pescadilla que se muerde la cola.
No hay otra
salida que volver a la verdadera domesticación. Y ella sólo es posible con lo
silvestre incluido, por eso, la tendencia evolutiva para la humanidad, debe ser
inversa a como se entiende; esto es: el abandono de la tecnología genética que
impide la participación de lo silvestre y crea especies infértiles y
naturalmente discapacitadas. Este abandono puede significar también un cierto
grado de domesticación artificial aún, por los condicionantes que tenemos hoy
día, pero ya con un camino claro trazado. Desde ahí, se abre la posibilidad de practicar
libremente la domesticación natural, que debería ser objetivo de la agricultura
general, y que sí que es nuestro objetivo directo dentro de la Agricultura
Natural, y dentro de este tratado.
Anexo libro de Agricultura Natural de próxima publicación.
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