El otro día, charlando en el poblado cercano de donde vivo, un viejo hortelano del lugar me decía que antes de que comenzaran a echar líquidos en el campo -fitosanitarios y fertilizantes industriales-, ninguna enfermedad acechaba a las plantas y que, sin embargo, hoy, no hay ninguna especie que no esté enferma.
Desde las alternativas, debemos ejercer fuerza argumental y
reflexionar mucho sobre este tema, porque, sin ninguna duda, los hechos son
evidentes, el artificialismo está provocando enfermedad y destruyendo la
naturaleza y a nosotros mismos. El control absoluto de hoy, llegando al extremo de acechanza y proscripción por ser naturales, en base a un “supuesto” conocimiento
-científico-tecnológico-, que está intentando someter por obligación
a toda naturaleza, expresa una dinámica sobre-dominante absolutista (de
preponderancia máxima) que crea estados estériles en contra de la misma vida. Y
lo que es aún peor, las entidades de vida enferma, quedan así extra-dependientes
de los artificios dañinos que lo ansían sostener, sin ninguna capacidad para
interrelacionarse con el medio natural, siendo esta su única razón de vida.
La vida está llena y se sostiene gracias a la interacción
con el medio, sin un medio interviniendo en su natural circunstancia, sin los
elementos de vida en su natural circunstancia, se manifiestan seres vivos
carentes de toda defensa natural, con lo que, en cuanto mantienen un contacto
mínimo con el medio natural, quedan desvalidos. En otras palabras, el
artificialismo crea seres vivos incapaces de vivir en la Naturaleza y
dependientes absolutos de los productos artificiales. En un corto plazo, no
podemos discernirlo con claridad; en un medio plazo, no sólo podremos verlo con
la claridad suficiente, sino que, además, la esterilidad se expresará, sin
lugar a dudas, a través de la debilidad y la negación de la inmunidad natural,
con la enfermedad consiguiente. La destrucción final sería el largo plazo.
Si no se templa en su acción el artificialismo, la humanidad
y el resto de seres vivos de esta tierra, acabarán por enfermarnos de muerte, por
su propia preponderancia demasiado extrema.
Por otro lado, no podemos llegar, tampoco, como solución a
este problema inminente, al otro extremo de pensar en un abandono total y
salvaje de nuestra intervención, y dejarlo todo en manos de la madre
Naturaleza, ya que, a pesar de que el misterioso Ayu de la Tierra
filosofal (1) se recompone solo -es decir, la conjunción perfecta que expresa
la vida y su salud, no depende esencialmente de la intervención del humano,
sino de su propia gran fuerza generadora de vida-, la Naturaleza no humana puede llegar a ser también demasiado preponderante si se la deja a ella
sola. El procedimiento es la vía media
que fomenta la vida, dejando que se manifieste la Naturaleza también,
incluyendo los estados de voluntades libres que tienen la capacidad de elegir
su propio designio; en un baile maravilloso que sostiene, de manera Natural y
Consciente (2), intervenciones humanas, no dominantes y sí suaves y
armónicas, que lo incluye todo, y no renuncia a ser lo que es.
En un estado de indeterminabilidad -disculpen la
palabreja, pero es necesaria-, ajustamos esa intervención a través de la simple
templanza, para que lo preponderante no se haga nunca extremo, y podamos, en un
ejercicio pleno y consciente de libertad de voluntades, converger armónicamente
con la gran manifestación de la Naturaleza, beneficiando la salud y la vida con
ello.
No perdamos la esperanza en la vida -ni en la humanidad ni
en la Naturaleza-, y seamos consecuentes y contundentes ante cualquier
expresión que vaya contra ella.
Que la naturaleza nos acompañe siempre. Feliz primavera.
Imagen marzo 2021 -zanahorias, coles, lechugas, cebollas…-
(1) - Ref. libro Tratado de Agricultura Natural - Ahó, Cauac editorial nativa-
(2) -Ref. libros de Vida Natural Consciente -Ahó, Cauac editorial Nativa-
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