Para los antiguos egipcios, de hace más de 3.500 años, en el
más allá, el jardín del difunto permanece con él. Así reza en las paredes de
las tumbas:
“Entrar y salir de mi tumba, refrescarme a su sombra, beber
el agua de mi estanque cada día, que sean firmes todos mis miembros, que el
agua del Nilo me dé el alimento de mis ofrendas, verduras, según las
estaciones, que me pasee por los vergeles de mi estanque cada día
indefinidamente, que se pose mi alma sobre el follaje de los árboles que he
plantado, que me refresque bajo mis árboles, que coma el pan que dan”
Que nos sirva de inspiración, a los agricultores naturales
de hoy, estas bellas palabras, sabiendo que nuestro hacer en la Naturaleza, es
un acto de amor hacia ella y hacia nosotros mismos. Por ley inmutable de causa
y resultado, lo que damos en esta tierra, para ella misma y todos los seres
vivos que hay en ella, nuestros esfuerzos por embellecerla y llenarla de vida,
es lo que ella tendrá y lo que tendremos nosotros.
Lo que importa no es el esfuerzo que hacemos en la
Naturaleza, o las dificultades con las que nos encontramos, pues es un trabajo
que nos colma de alegría y virtud, sino lo que dejamos como legado, presente y
futuro. Cada vez que un agricultor natural posa sus manos y todo su espíritu en
la tierra, el universo se satisface infinitamente y nos lo hace llegar, multiplicado
por millones de veces, a través del gran tesoro de su alimento espiritual y
material. Es a este acontecimiento al que debemos acogernos, sintiendo el mayor
regocijo que existe en este mundo; de esta manera, compensamos las fuerzas externas
que destruyen la vida, que trabajan, con ignorancia supina, para la no vida.
La “gran madre”, así llamé a este ejemplar de roble andaluz
-Quercus canariensis-, que planté hace como unos dieciocho años. Entonces,
no superaba un dedo de grosor y apenas una palma de mi mano. Hoy, abrazo ampliamente
su tronco con mis dos brazos que pronto no podré alcanzar su circunferencia y
su tamaño de ancho y alto supera los ocho metros. Este lugar se ha convertido
para mi y los que viven conmigo, en un lugar sagrado. Su energía es muy
poderosa para todo el que se acerca a ella, tal como son sus raíces en la
tierra que tocan y sus hojas en los aires que alcanza.
A la sombra y luz de la “gran madre”, conviven diversas
especies de plantas, algunas introducidas y otras venidas por la magia naturaleza.
Por mencionar algunas de las plantas de coberturas, encontramos la enredadera vinca
pervinca, berzas, dientes de león, lavandas y romeros, aloes, etc. Y en las
arboledas que este roble madre toca directamente en los aires, contemplamos un
níspero, varios almendros, un olmo de Siberia, un arce pseudoplátano, un cornejo,
un durillo, varios pitosporum, dos alcornoques, un arce negundo, varios
madroños, dos perales, …; ¡Oh!, que apenas nos alejamos de su centro,
internándonos en el resto del bosque, y casi olvidamos que es su centro de vida,
la causa origen expansiva de todo aquello que este árbol parece no tocar… Todo
está tan conectado en este bosque Natural de alimentos, mismo jardín del Edén, que incluso,
en sus rincones más alejados, la “gran madre” convive, ama y protege.
Que no se nos olvide nunca, nuestro paso por esta vida solo
tiene un sentido: obrar en virtud de vida para la Naturaleza y para todos los seres que contiene. Nuestras acciones en Ella, son la misma realidad que dejamos
aquí y que encontraremos allí, tanto para los demás como para nosotros mismos.
¡Felices años y mundos nuevos!
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