miércoles, 20 de marzo de 2024

Es demasiado fácil, pero no interesa.

La democracia es la aspiración del ser humano por alcanzar un estado generalizado y justo de bienestar. Entendamos que bienestar significa un conjunto de virtudes humanas a las que todos aspiramos y están basadas en la comodidad, la paz, la tranquilidad, la holgura, la placidez, la dicha, la libertad, la abundancia, la ética y la felicidad, entre otras. En el momento que un sistema ideológico, legislativo y ejecutivo, irrumpe para generar un estado generalizado e injusto de malestar, donde no solo no son respetadas tales virtudes, sino que, además, está generando una lista de desvirtudes fatales, tales como son el miedo, el conflicto, la pelea, la intranquilidad y angustia, la escasez, la infelicidad, la falta de libertad, etc.; a partir de ese momento, hay una lucha contra la democracia y el estado justo de bienestar, con lo que ese sistema no es ni democrático ni justo. 


Se cree y se promueve la idea de que el estado del bienestar obsoleto ha estado basado en las tecnologías del siglo XX -lavadoras, teléfonos, agua corriente y caliente, frigoríficos, etc.- , el mercado libre -capitalismo- y el consumo sin límites, entre otras muchos adelantos, y que esto es lo que ha provocado las contaminaciones diversas y la destrucción del medio ambiente. Con esta premisa, los sistemas anti-tecnologías clásicas, enfocados en la supuestas catástrofes que provocan nuestro confort, con la intención de salvar al medio ambiente, intentan destruir a las tecnologías clásicas; con ello, aunque confían en sus alternativas y creen asegurar el grado de bienestar, podrían estar atacando los cimientos del estado real del bienestar -con todas sus virtudes incluidas-, la libertad y la democracia. 


Ahora la pregunta que debemos hacernos es: ¿Realmente es necesario destruir la virtud, y con ello al ser humano, para supuestamente salvar un planeta herido? La respuesta es clara y contundente: No es necesario, en absoluto. Es más, es un insensato y tremendo error, ya que podemos, perfectamente, conservar el estado real del bienestar sin destruir ni el medio ambiente, ni las libertades, ni la democracia. Pero claro, hay que entender bien qué significa ese estado de bienestar y estar dispuestos a aceptar la verdad de lo que está sucediendo y los necesarios cambios de paradigmas desde todos los lados, es decir, desde todos sus extremos. Para dar respuesta a ello, las altas tecnologías y los gobiernos aliados planean un sistema de supuestas alternativas, pero atendamos bien a los extremos que se engarzan, que no cuentan explícitamente y a los aspectos reales de ese supuesto bienestar que plantean. 


Sabemos certeramente que si dejáramos el mercado de capitales libre, lo que sucedería es que nos encontraríamos en fases contractivas de crisis y expansivas de abundancia, con lo que el sistema de bienestar solo sucedería en las fases expansivas. Esto es lo que ha venido sucediendo desde que comenzara la revolución industrial, por ello, para evitar tales crisis, con la excusa de conservar el bienestar y sus riquezas consecuentes, los gobiernos actuales, ahora muy poderosos, protegen el mercado inyectando dinero. Este proceso implica mantener el sistema de capitales de manera virtual, lo que nos lleva a otro problema mayor, una inflación tal que solo puede ser mantenida con un sistema de subvenciones. Las soluciones que se plantean se conjuntan con sistemas de poder extremos por parte de las industrias y los mismos gobiernos. El crecimiento económico y el sistema de poderes termina siendo desorbitado, más allá de toda realidad material, hasta tal punto que el acontecimiento virtual gana la partida sobre todo acontecimiento material y los nuevos promotores alcanzan cotas inimaginables de poder. Este proceso ha permitido que las grandes compañías tecnológicas se hayan aliado con algunos gobiernos cómplices para crear ese nuevo paradigma, donde se mantendría un supuesto sistema de bienestar que permitiría, al mismo tiempo, un supuesto sistema de sostenibilidad ambiental y que conllevaría la destrucción de la industrias clásicas


En realidad, lo que sucede es que, dando un paso extralimitado con la alta tecnología, el humano se convierte en un ser cómodo y controlado gracias a un simple cambio de poderes, con apariencia de sostenibilidad en el bienestar humano-medio ambiente. Digamos que, para sostener un determinado y extraño tipo de bienestar, inventado e inducido, se conserva el liberalismo económico llevado al extremo que solo sería posible para unas pocas personas -supramillonarios- y un liberalismo social llevado al extremo que mantendría al resto de las personas -supragobierno-, con lo que, al final, no existe ni bienestar, ni justicia social, ni económica, salvo para esos pocos. Es decir, hablamos del liberalismo económico y gubernamental más feroz que existe, con una inmensa mayoría privada total de libertad y mantenida en un falso bienestar, según los criterios subjetivos de unos pocos


El falso bienestar del que hablo es la gran amenaza, pues se trata de llevar la comodidad al exceso innatural, justificando con ello la conservación de un bienestar que en realidad no existe. Dicho de otra manera, el humano, que ya no se esfuerza para nada, vende su libertad y su real bienestar, por un bienestar falso acomodado que le roba, en realidad, toda la auténtica virtud que contiene en su estado natural. 


Las tecnologías clásicas primeras con sus sistemas de capitales libres, unidas a un sistema social protegido, nos dieron la oportunidad de generar el estado de bienestar, que duda cabe, sin embargo, tampoco cabe duda que llevarlo a cabo, tal y como se hizo y se ha hecho hasta ahora, ha provocado numerosas formas de destrucción en el medio ambiente. Si miramos someramente, parece que las dos partidas: liberalismo económico democrático y destrucción del medio ambiente, vienen unidas y que, si queremos salvar el medio ambiente, hay que destruir las industrias clásicas y, con ello, renunciar al bienestar que conocemos; sin embargo, no se trata de destruir nada, sino de acoplar las cosas en sus entornos sensatos y no extremos, ya que ni el exceso de producción y consumo, ni la excesiva comodidad, ni el liberalismo económico extremo, ni la existencia de supragobiernos poderosos, conllevan bienestar alguno, es más, generan todo lo contrario.  


Los inventos que nos dieron el bienestar son los que son, no hay mucho más que inventar. El cuerpo humano que se nos fue ofrecido, es lo que es, no hay mucho más que lograr de él, como decía un compadre, “un conejo no fuma y él también muere”, pero eso no debe alejarnos de la idea de no excedernos en el consumo del tabaco o de otra cosa. La destrucción del humano y del medio ambiente reside, exclusivamente, en la desmedida ambición por controlarlo todo, por desearlo todo


Las virtudes humanas y las necesidades básicas suficientemente bien cubiertas, con parquedad en los deseos, son el único bienestar posible que existe para los humanos y para el ambiente que le rodea. 

Todo lo demás es ambición y maquinarias de poderes funcionando para intentar controlar todo acontecimiento. 


Sin dejar de crecer y ser lo que somos, con un adecuado reparto de tierras y recursos, la eliminación de todo el consumo inútil y sus estúpidas tecnologías que hacen corporal y mentalmente torpe al humano -hay una larga lista-, una legislación acorde que limite los extremos y promocione el respeto, la libertad, la ética y las demás virtudes, cabría un liberalismo económico -básico y sensato- y gobiernos con sistemas sociales coherentes y respetuosos -básicos y sensatos- albergando limitaciones materiales, espaciales y temporales lógicas, funcionando con tecnología muy elemental. Con esa tecnología elemental, cualquier útil y máquina básica necesaria -lavadoras, frigoríficos, teléfonos, ordenadores, coches, etc.-, podrían consumir la mitad de energía, o más, ser muy simples -de fabricación y uso- y durar varias generaciones, si no hubiera, entre otras cosas, ni obsolescencia programada, ni poderes extremos de por medio

Con las mismas premisas y con prácticas agricultoras y ganaderas respetuosas garantizadas que proporcionasen la restauración de los ecosistemas, eliminasen por completo el uso de químicos inútiles y peligrosos variados y la intervención genética, entre otras medidas propuestas por la agricultura natural, con la mitad del alimento producido actualmente, se podría abastecer a toda la humanidad y nadie pasar hambre.


Simplemente con ello, se reduciría la gran mayoría de las incidencias humanas negativas al medio ambiente y nadie sufriría cambio alguno, sino mejoras, en su bienestar y en la conservación de sus virtudes y su desarrollo espiritual. Las medidas a tomar serían muy sencillas, prácticas y directas y solo arruinarían a los poderes multinacionales y a los gobiernos, que son muy poquísimas personas y los únicos interesados en mantener el liberalismo económico extremo y el liberalismo social extremo, con el obsesivo control de las personas y el medio.