jueves, 24 de octubre de 2019

La agricultura Natural y sus propósitos de economía


Este almendro otoñal que vemos en la foto, es un árbol frutal maduro que produce, cada año, medio quintal de almendras, es decir, unos 23 kg. Es ésta, una cantidad muy “productiva” -en términos económicos "convencionales" de lo que se espera de un almendro-.

El frutal, que, desde hace 20 años no se ha podado, salvo las ramas muertas y las del pie, se encuentra embutido en un bosque Natural de alimentos (bNa), donde existen hermanadas -en sus raíces y sus aires-, diferentes especies de árboles silvestres y otros árboles frutales. Estas plantas le influyen directamente, y mejoran y mantienen, tanto el ecosistema como su propia producción, y son: un liquidámbar, un pino limonero, un aligustre de China, un ciprés común, un laurel, una buena masa de bambúes, un azufaifo y otros almendros. A sus pies, en las coberturas, hay una arbustada de marrubios, alcachofas y rosales. Y, a su alrededor, damas de noche, lavandas y numerosas especies silvestres variadas.

Una familia entera de tres miembros, puede alimentarse un año entero de almendras con, aproximadamente, un quintal y medio de almendras sin pelar -como unos 70 kg/año-. Esta cantidad supone unas cinco almendras por día y persona, lo que equivale, más o menos, a la mitad de las necesidades diarias de proteínas. Aparte de la gran cantidad de nutrientes de calidad, entre los que se encuentra el calcio, las proteínas que contienen las almendras son completas. Además de todo ello, la almendra es uno de los alimentos más alcalinizantes que existen, lo cuál es una enorme ventaja sobre los problemas de acidificación actuales del cuerpo humano, y el consumo extremo de carne.

Necesitaríamos unos tres árboles con esa producción, para alimentarnos de proteínas y otros nutrientes esenciales, durante medio año. Conviene siempre tener uno o dos árboles más, para generar cierto excedente, para intercambio u otras cuestiones.  Esto quiere decir que, con cinco almendros en nuestro bNa, ya tenemos más que suficiente para la autosubsistencia.

En el año 1975, un quintal de almendras, en el mercadeo convencional, según me ha contado un agricultor antiguo de la zona, costaba unas 12.000 ptas., es decir, unos 72 euros. Hoy, en los albores del 2020, se paga unos 90 euros, si hay suerte. Después de 40 años, si damos como válido tal precio, que no he podido cotejar debido a la falta de información, el precio de la almendra sólo ha subido 12 euros. Teniendo en cuenta la inflación general de los últimos 45 años, que, posiblemente, haya duplicado o triplicado, o más, el precio de todos los productos y consumos, la subida de la almendra es absolutamente inapreciable.

Si nos vamos al año 1975, con lo que solían costar las cosas de entonces, un quintal de almendras daba para mucho, con lo que el agricultor pequeño y mediano, de mercadeos locales e, incluso, convencionales, podía, perfectamente, no sólo alimentarse, sino además podía obtener excedentes para pagar otras muchas cosas. Pensemos que en 1975[1], el salario mínimo interprofesional, debía rondar sobre las 46.000 ptas./mes. Con ello, sólo con 4 quintales -es decir, 8 árboles-, una familia entera, alcanzaba, en bruto y por mes, el salario mínimo interprofesional. Ocho almendros, en un bosque Natural de alimentos equilibrado, de ocupación silvestre al 50%, no ocupa más de 100 metros cuadrados. Sobre la producción anual, estamos hablando que, para cubrir el valor anual, necesitaría esa misma familia 96 almendros (8 árboles x 12 meses). Una ocupación en metros que supondría unos 1.200 metros cuadrados en Agricultura Natural con bNa., que contiene el 50 % de silvestres y otros frutales también.
 
Haciendo una especulación de lo que debería valer un quintal de almendras, si hubiese subido al mismo nivel que la vida en general, y en función del salario mínimo interprofesional, sacaremos la siguiente conclusión:

Un quintal de almendras en el año 1975, según el precio supuesto de 12.000 pesetas el quintal, suponía un valor del 26 % del salario mínimo interprofesional. El 26% del salario mínimo profesional en el año 2019 es de 234 euros/quintal. Ahora cuesta unos 90 euros, con lo que, casi que debería estar triplicado el valor.

Podemos hacer este mismo estudio sobre lo que cuesta hoy la carne respecto al año 1975. Es bastante probable que nos sorprendamos de los resultados. Ciertamente, la agricultura, que es la que precisamente nos da la auténtica comida, no es rentable, porque el sistema de capitales, con sus intereses en las grandes producciones, ha querido que no lo sea.

Por todo ello, desde el ámbito de la Agricultura Natural, que sí quiere crear vida en la Naturaleza y no estipularse completamente según los cánones urbanos, no se puede concebir un mercadeo de sus productos desde los precios dados por el sistema de capitales, puesto que, un agricultor natural, aparte del compromiso que tiene de recuperación de los ecosistemas y de un cultivo respetuoso en su más alto nivel, aspira también a vivir de su trabajo y su tierra. Las únicas opciones que existen, para poder llevar a cabo este reto, son dos:

1.- La rama de actuaciones del lado político y del sistema de capitales. Que el mercado de capitales y los gobiernos incidan en los precios y permitan que los pequeños agricultores puedan acceder al sistema. Para ello, no existe más remedio que aplicar algunas condiciones de bNa, basadas en que el sistema de explotación industrial del campo limite su producción, evitando la agricultura extensiva masiva de las grandes compañías que machacan el precio general y destruyen los ecosistemas. Para una restauración de la Naturaleza compatible con la sostenibilidad natural humana, sería necesario y primordial incorporar, en un 50% en todas las explotaciones extensivas y convencionales, la plantación de arboleda silvestre. La producción se disminuiría al 50%, pero el precio, debido a su menor oferta -o por la incorporación de medidas políticas-, por sí mismo, casi se triplicaría, según hemos argüido antes. El nuevo acoplamiento no sería inmediato, y necesitaría de muchos ajustes, pero sería una dirección marcada, al igual que se debería hacer en cuanto a la aplicación de los químicos en la agricultura y otras cuestiones.   

2.- La segunda opción es la rama alternativa, e implica que, desde la Agricultura Natural, se vayan articulando mercadeos locales de precios justos, según la filosofía de Vida Natural Consciente. Esta filosofía marca un pensamiento de menor consumo. Para poder hacer efectivo este menor consumo, se requiere que, todos los agricultores naturales lo disminuyan en, al menos, un 60% de la media del sistema de capitales. Con esta disminución, el agricultor natural puede marcar un precio más justo, a nivel local, adecuado a su sistema de vida. Si un agricultor natural puede subsistir con el 60% del salario mínimo interprofesional, es decir, unos 540 euros por mes, debe configurarse en función de tal salario, y buscar las alternativas de consumo -en energía y otras necesidades primarias-, para poder subsistir dignamente. Si consigue tal reto, para nada inalcanzable, según mi experiencia y convencimiento, el precio justo de sus almendras sería del 26% de su salario, esto es: 140 euros (26% de 540 euros) /quintal. Y esto, permitiría a una familia vivir de su trabajo practicando Agricultura Natural con árboles de almendra, con solo, unos 1.500 metros cuadrados.   

Ninguna de las dos opciones expuestas es totalitaria. La Agricultura Natural tiene un octavo principio que son las transiciones, y este principio, permite términos medios entre unas y otras opciones. De hecho, es lo ideal unificar los esfuerzos, tanto desde la alternativa, como desde el sistema imperante. En cualquier caso, prima la buena motivación, con lo que esas tolerancias, deben evitar justificar abusos, ni nublar el objetivo marcado.

El presente estudio económico, está realizado enfocado a una economía familiar basada en el cultivo natural de almendras. Existe fundamento sobrado técnico, para que pueda ser de aplicación a otros alimentos básicos provenientes de la agricultura Natural.

Juan Benítez Jamchen, 24/10/2019

miércoles, 2 de octubre de 2019

A la luz del crisantemo



Hace como unos diecisiete años, abandoné la ciudad para siempre y me deshice de la tele. Por entonces, no tenía internet y mi móvil solo servía como teléfono, la comunicación virtual no existía  salvo mi correo electrónico, que visitaba una vez cada dos semanas. Prácticamente, mi única comunicación con el mundo eran un par de visitas al mes, algunas conversaciones en el bar del pueblo cercano y con los cabreros que pasaban por la linde de mi finca. Por aquellos tiempos, los anacoretas no teníamos apenas contactos sociales, de hecho, buscábamos eso precisamente, el encuentro espiritual interior y el contacto sensible directo con la naturaleza.
Recuerdo muy bien la opinión generalizada de la gente de afuera. Ellos me decían e insistían que era importante y una responsabilidad mantenerse informado de lo que pasaba en el mundo.  Yo, sin embargo, rechazaba  por completo cualquier tipo de información, lo consideraba como una contaminación a mi libertad de pensamiento. Durante mis años más ermitaños,  tomé consciencia de algo fascinante: Todos los acontecimientos importantes que sucedían en el mundo, siempre me venían ya procesados por los pensamientos subjetivos de las gentes, con lo que resultaba que la verdad objetiva resultaba evidente. Y no sólo eso, me ahorraba el proceso de discusión y todo el malestar que eso provocaba. Al final, podía tener mi propia opinión libre de interferencia, clara y contundente. Rara vez coincidían con las de los demás, pues ellos, que leían el periódico y veían las noticias en la radio y la tele, vivían los pensamientos subyugados por las linealidades de la información dada.
Es fácil, cuando vives fuera de las redes de la información, darse cuenta de que la mayoría de las personas piensan todas igual, en una u otra dirección, eso no importa, lo que importa es que siempre son repetidas. Esto crea un convencimiento; y la defensa del convencimiento, consecuencia de la realización personal ante la discusión, termina siendo una cuestión vital de auto-reconocimiento. Este hecho crea una manifestación a imagen y semejanza de ese origen ya subordinado al conflicto.
En mi bosque Natural de alimentos (bNa) trabajaba, y sigo trabajando, en la parte sensitiva y pensante de los pequeños detalles que se enfrentan, aquellos se suceden sin ninguna aspiración de control, sino como respuesta a la manifestación dada por la naturaleza. Es este un estado auténticamente original, no generado desde la repetición controlada o la incursión en el conflicto.
Entonces, desinformado, aunque atento, se podía mantener después una opinión no subordinada sobre lo observado, ya  que, originariamente, no estaba contaminada ni por la discusión, ni por el proceso de lucha que la misma naturaleza contiene. Esto significó el “desde adentro hacia afuera” de la realización de un bNa, sexto principio de la Agricultura Natural.
A pesar de que en el cielo surcaban las líneas de los aviones, a pesar de que no llovía lo que debiera, y a pesar de que podía sentir los males de allá afuera, mis plantas eran todo para mi, las cuidaba como si fuera yo mismo, aunque tuviese que acarrear el agua en cubos para regar. El vergel se construyó solo, pero con mi ayuda supe, desde muy pronto, que aquella manifestación era, ni más ni menos, que la fuerza expansiva de mi propia realización personal no subyugada al conflicto. Hoy, mi pequeña finca, que no llega a una hectárea,  genera esa fuerza desde adentro hacia afuera, impulsa cambios profundos desde esta fortaleza de pureza y biodiversidad, donde hace años que viven toda clase de insectos y animales que mantienen la vida en perfecta comunión, con el conflicto implícito natural, más allá del desierto, sin apenas vida, que nos separa.
A manos de la Agricultura Natural, en este mundo de locura virtual, donde la información está en un punto grave de conflicto, corren tiempos donde empujamos para salir de la vorágine. Los anacoretas salimos de nuestras cuevas, participamos en la discusión repetida, aún a sabiendas de su inutilidad. Lo hacemos conscientemente para entregar al mundo nuestro más preciado legado íntimo, que ya no concede celos, ni intenciones, pues está compuesta de la fuerza indestructible de la misma creación.
La luz de los crisantemos, en cada otoño, me reclaman el derecho que todo ser  humano debería tener, y es mantener la libertad de poder admirar y contemplar el detalle más pequeño que abarca toda la inmensidad del universo, y que está fuera de toda manipulación. Es la libertad auténtica y transformadora.