jueves, 6 de octubre de 2022

Camino a casa


En estos tiempos que corren, todos los esfuerzos que hagamos para mantener nuestro bosque Natural de alimentos en estas tierras emblanquecidas y desérticas, es poco.

El otro día, me contaba un hortelano sabio del pueblo que, en tiempo antaño, de sus padres y sus abuelos hacia atrás, había mucha vida en estas montañas. Él se crió entre huertas al borde de los arroyos de agua permanente, viñas bien cuidadas, trigo en los pechos y rebaños de cabras y vacas. Contaba que tenían tan buenas patatas, que la gente de los pueblos subían con sus mulas a comprarlas, a beber del exquisito vino, porque entonces no había bares, sino la casa de los amigos, que eran casi todos porque en cada casa había una bodeguita, … Después de relatar las bondades de su infancia, dignas realmente de ser evocadas, quizás en otra ocasión, continuaba el hombre cabizbajo diciendo que: "entonces no pasábamos ninguna necesidad, el campo tenía un sentido, pájaros e insectos volaban nuestras fincas, no había prisa para nada, las cosas funcionaban bien; era duro, sí, pero todo estaba siempre verde, incluso las aguas brotaban en verano y no se perdían fuentes ni arroyos, cada año había nieve, llovía durante semanas y meses, las gentes eran felices. Hoy aunque lloviera mucho, no volverían a ser las cosas como antes, no crecería ni una sola planta de trigo o de maíz, porque el mal no está en la falta de lluvia, sino en estas tierras blancas improductivas y sin vida alguna. Antes de que empezaran la fumigaciones -se lamentaba-, estas tierras eran ricas por sí mismas, tenían un color pardo, daba gusto verlas."

Todo su discurso me dejó me dejó impactado, pero su última frase en especial. Para aquellos que aún creen que la tecnología y el conocimiento competitivo de la ciencia moderna lo resuelve todo y que el mal viene de una supuesta providencia imaginaria y fantástica, mejor comiencen a indagar en la historia de sus propios orígenes, que son los pueblos. No tardarán en darse cuenta de que la cosa no va de cambio climático, sino de una tierra muerta debido directamente a las acciones terribles de una sociedad humana absolutamente perdida en la competitividad intelectual, gobernada por una tecnocracia artificialista, llamada Dios-ciencia, que cree saberlo todo con su, en realidad, ciencia-fantasía y que no hace más que destruir las tierras y las gentes, más y más. Un legado que nos fue dado desde hace millones de años y que estamos tirando por la borda con un total desagradecimiento. 


Cojamos el buen camino a casa de una vez, rescatemos los grandes valores del campo y abandonemos ese que nos destruye. No existe conocimiento intelectual derivado alguno que pueda darnos la felicidad por sí mismo; si hemos de alcanzar la sabiduría y un hábitat armónico con tierras fértiles, y que ojalá así sea, será de la mano de un conocimiento natural y consciente, profundo y certero, simple y que fluye del propio devenir de la vida. 

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